por DAVID VALOIS
LA HISTORIA DEL TRANSPORTISTA FRUSTRADO
Esta historia me ocurrió hace poco (aunque sea la misma historia de siempre):
Después de mis cuarenta minutos de ejercicio, compré un periódico para pasar media hora de tranquilidad en una cafetería cercana. (Gracias a mi horario puedo trabajar varias horas seguidas a tope y ganar mucho tiempo libre luego).
Cuando entré en la cafetería había otra persona esperando a que le sirvieran y empezamos a hablar.
Me dijo que trabajaba como transportista en una empresa local, pero que odiaba su trabajo, que lo que de verdad le gustaba era escribir.
Lo dijo señalando a mi periódico como si le hubiera gustado ser él quien lo hubiera escrito.
“Hmmm… escribir, eso me suena.” Pero no le dije nada de mis libros. Me interesaba más su caso, no contarle el mío.
Egoístamente quería aprender del suyo. Necesito conocer otras vidas. Necesito material.
El transportista era simpático y el tipo de persona que percibes que tiene talento.
Pero luego me contó la típica historia sobre cómo sus superiores no reconocían sus cualidades y el nulo tiempo que le quedaba para su pasión, escribir. “No hay oportunidades hoy en día,” me dijo.
Cuando acabó le contesté:
“Ya sé por qué no eres escritor.” Últimamente no me callo nada.
“¿Por qué?” me preguntó extrañado mientras encargaba dos platos de pasta que hubieran reventado el estómago de muchos.
“Porque no lo intentas lo suficiente.”
(Ya digo que no me callo nada últimamente).
Se quedó blanco y me miró cómo si se acabara de quemar su furgoneta de transportista: “¡Pero si no me conoces apenas!”
“No necesito conocerte para saber cuál es tu caso,” (quizás estaba hablando demasiado), “pero te puedo decir que si no estás donde quieres, es porque no lo has intentado lo suficiente. A mí me pasó lo mismo. Me encantaba echar la culpa a los demás de mis penas.”
Ahí estaba yo, cantándole las cuarenta a un desconocido. Aunque si servía para mejorar su vida…
Pero no le gustó escuchar esto. De hecho, a nadie le gusta oír que para conseguir algo tiene que sacar horas de la nada para entrenarse.
Pero seguí (ya estaba lanzado):
“¿Por qué no escribes en tus pausas del mediodía?
¿Por qué no escribes por las noches?
¿Por qué no escribes en cualquier minuto libre?
¿Por qué no lees sobre cómo escribir más rápido y cómo publicar un libro?
¿Por qué no buscas en vez de esperar sentado?”
Y voy a responder por él: el transportista no lo hacía porque no lo deseaba tanto.
Ese hombre, como tantos otros que me encuentro, tenía un sueño, pero no hacía nada por conseguirlo.
Porque lo suyo era el rebaño. Odiaba lo que hacía, pero le incomodaba salir.
“Algún día haré esto y lo otro…” y mientras, era más cómodo creer que no tenía éxito porque los demás no le dejaban.
Conozco demasiada gente con talento.
Obreros, tenderos, taxistas, abogados, contables y administrativos que odian su trabajo, pero no dan un paso por salir.
Son carismáticos y trabajadores, pero no van en la dirección adecuada.
Y malgastan su vida en un trabajo que odian engañándose con que algún día harán algo.
1000 NOES NO SON NADA
Haz memoria. ¿Cuántas veces te rechazaron y dijeron que No? Seguro que no llega a mil. Pero incluso mil no es nada.
A los que llegaron lejos les rechazaron hasta diez mil veces.
Pero nunca se rindieron. Tocaron puertas hasta dar con el dato o la persona adecuada. Sabían que cada No, les aproximaba al Sí definitivo.
Cuando Michael Dell, el dueño del imperio de ordenadores Dell, puso en marcha su negocio siendo un donnadie, no se rindió por oír cada día mil veces no.
No se rindió porque su negocio no avanzaba al ritmo que quería.
No se rindió porque le llamaban loco.
Y al final consiguió una multinacional de vértigo y una fortuna vendiendo ordenadores personales.
Darwin no se rindió cada vez que decían que no a sus teorías.
Edison tampoco tras fallar otra vez en sus experimentos.
El programador que creo ese imperio informático tampoco se rindió cuando sus padres, sus amigos, sus vecinos y sus profesores le dijeron que no iba a funcionar.
No dijo “Bueno, lo intentaré otro día.
” No pospuso sus intentos para algún día, aunque le dijeron mil veces que era imposible. Creía en algo y llegaría.
¿Recuerdas aquella vez que hiciste algo grande? ¿A que no paraste de oír no? Te hartaste de oír no. Pero conseguiste tu propósito.
Así que repite ese camino. Mientras perseveras el poder es tuyo. Pero si pospones para algún día, pierdes el poder.
Por eso cuando recibas tu ración de Noes pregúntate: “¿Lo he intentado por lo menos diez mil veces?”